En la calle se aprecia el pasar de la gente. Gente que se detiene –por ratos- para comprar pollos, dulces típicos, verduras, frutas y otras cosas más que en las afueras de las calles ofertan los vendedores ambulantes.
El trinar de los pájaros es imposible detectarlo ante el bullicio de la gente, de los carros, de los aparatos de sonidos; que con música atraen al cliente para comprar discos compactos o películas piratas. A pesar de volar bajo.
Es un espacio donde las conversaciones, chiflidos, sonidos de claxon y las propuestas de compras se ven a diario; sobre todo en las mañanas. En las calles de San Fernando.
Meses atrás todo era diferente, la rutina de vender, comprar, ganar, satisfacer o cumplir con el mandado del día era agradable para ambas partes. Hoy algo les preocupa, la gente que vende; con esfuerzo y sacrificio pusieron un pequeño “negocio” en un espacio reducido de la acera. Tiene miedo de ser desalojada por la intimidación constante de la policía municipal.
-Queremos que nos dejen trabajar en paz, esa es nuestra vida de nosotros.-Que no nos molesten y que más que todo tenemos que buscar como comer. Dice doña Juliana, quien sostiene una mirada de miedo por que se cumplió la fecha. El ayuntamiento ordenó desalojar a todos ellos, más de 80 comerciantes, a quienes les pidió salirse de manera voluntaria
-¿Acaba de pasar la policía verdad?
-Sí, con el administrador –del mercado- y a esas pobres muchachas de aquel lado –señalando con el dedo índice derecho, la otra parte de la calle- les dijeron que a la fuerza se los van a llevar.
Al unísono de la plática con doña Juliana, se escucha otra voz que quiere dar su opinión; es la señora Berzaida de la Cruz.
- Yo vendo pollo, pero ahora no vine porque quieren levantar las cosas.
-este señor era priísta, después se pasó al pan.
-¿el alcalde?-nos quiere llevar al excusado –así llama al mercado nuevo- porque tenemos cerquita el excusado y vender pollo ahí como que no va.
-sí, ese, Manolo Chanona, quien se puso de acuerdo con el administrador para que nos levante y no es posible.
No es la primera ocasión, ni será la última. La propuesta de reubicarlos en un local de un mercado no la comparten los vendedores que se sindicalizaron para unificar fuerzas. Ahora pertenecen a la CNC y a la CTM. Pero siguen con el miedo de perderlo todo.
Metros más adelante, una vasija que contiene bolsas con chocolate es resguardada sigilosamente por doña Eusebia. Una señora que porta mandil, con bordados de flores al frente, desde su niñez, que se ha dedicado a la venta de sus productos en las calles y pese a sus pasados 70 años sigue con la rutina de siempre.
-Estamos halladas aquí. Soy mujer sola, busco mi necesidad y no tengo quien me de dinero.
-¿Qué tiempo lleva vendiendo aquí señora?
-¡huy! Desde que tiempo, aquí se envejeció la gente, aquí nos acabamos y aquí todo.
-La otra vez nos quisieron quitar pero no pudieron. Aquí esta la venta.
Doña Eusebia se queja de los achaques de la vida. Su dolor de pie no le impide seguir vendiendo chocolates y polvo para pinole, para apaciguarlo se recuesta en un costado de la puerta roja de la casa donde pone sus vendimias. Desde adentro la dueña de la casa, curiosa, observa la revuelta de gente que se acercó para ver a los periodistas interesados en el tema.
Ellos se niegan a ser removidos. Lo intentaron un tiempo pero las bajas ventas los devolvieron a las calles, donde hace más de 20 o 30 años han encontrado el sustento económico para vivir.
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